La cronica de umbras y virgo nocte


El tenue color de la noche, acompaña el deseo inevitable de invadirme en vida,

 Lúgubre y silencioso asecho por una más,

 En las tinieblas me oculto talando la huida,

 Y luego invadirme de lujuria y paz.  

Oculto entre la espesa neblina y camuflado en el silencio, asecha con cautela y paciencia la siguiente sombra ingenua.

La majestuosa túnica que adherida resguarda el vacio de su existir se desase al pasar de los minutos con el calor de un nuevo día, y es cuestión de suerte volver a su melancólico aposento con el espíritu vano, o embriagarse de vida saciando la sed de sangre.

En tregua con los entes celestiales no hay más remedio que espiar vacio entre la penumbra.

De pronto, cuando la perspectiva se consumía en las horas, pasos afligidos principiaban la esencia de un laurel más en la lista de las mil venas con dolientes.

Desapercibido, empezó a estrechar el horizonte de aquella doncella de mejillas ruborizadas y delicado cuello.

Dócilmente acariciaba su largo cabello radiante como el oro y manifiesto en las mismas tinieblas, lo asía como si fuese el mismo viento soplando sin origen, sin dirección y sin panorama.

Aun así, no fue placentero el agasajar, fue confuso y algo incomodo.

Aquella dama perdida y sin perspectiva aceleraba sus pasos intentando manifestar la paz y la calma, queriendo arraigarse a la indiferencia.

Su respiración aligerada congestionaba sus conductos respiratorios, víctima del asma, y al tiempo su rostro empezaba teñirse rojizo.

El aroma era inquietante, sus poros exiliaban la más dulce fragancia y conducían al tenebre y maligno individuo por inercia asía su figura.

Lo segundos eran meritorios, y la hora de la verdad inevitable.

Encrucijada en el espacio y sin un saber patente, la dama cayó al húmedo suelo.

En fracciones de segundos tenue y veraz se lanzo con gentileza, con el destino entre ceja y ceja y sin vacilar a su delicado cuello.

La dama sin opción alguna desvió su cabeza asía tras, y clavo su mirada en los ojos del majestuoso ser alado.

Energía electrizante extravió el canal de dirección, y el hombre cayo rodando al suelo.

Atónita y horripilada su reacción fue la quietud.

El hombre camuflado entre la oscuridad, y aventajado por un cuerpo en parte inmaterial se levanto con cautela y algo anonadado.

acuclillado Se acercó lentamente a ella, el viento soplaba delicado pero impaciente y realzaba su túnica, su silueta resaltaba entre la media luz de la luna.

Ella sin remedio alguno discernió que huir podría  sellar el pacto con la misma muerte.

No sabía a qué se enfrentaba. La presencia del hombre se incrementaba con cada latido agitado de su corazón, su respiración se entre cortaba pero evitaba toser.  El frio acólito con el viento entumecía sus manos y sus piernas, y como si fuese fuego rozando lento acariciaba su rostro.

Sus ojos se cristalizaban y no desviaban su blanco, el cual eran los oscuros ojos del hombre que apenas se notaban.

Inevitable el momento, sus rostros estaban más cerca que nunca. El silencio era ensordecedor y vagaba ausente por los aires, a excepción del fino silbo que pronunciaba el viento.

Un parpadeo, un solo abrir y serrar de ojos cauterizo toda pena ineludible en los dos individuos.

La respiración estremecida de la doncella empezó a conducirse suave por sus conductos respiratorios, sus manos heladas vislumbraron que no fue pecado del viento tanto frio, fue producto del espanto natural. Sus piernas más cálidas que nunca reposaron luego de tanta frigidez, y el horror se esfumo con el viento que ya no soplaba con tanta intensidad.

El tenebre individuo tono su silueta más oscura y visible, sus ojos se enaltecieron e irradio confianza, no temor. Un ser hermoso y singular detrás de un oscuro y tenebre manto.

Compatibles en el cosmos.

 Ultima descendiente de la gran generación, desconocida por ellos mismos.  Estándar en el mundo casual, desapercibida en las penumbras e ignorante de sus dones. Aquella dama, hibrida hija de mil humanos y los primeros vampiros, por fin conciliaba paz en las tinieblas.

La respuesta a tantas dudas residía escrita en los ojos de sombras, aquel hombre majestuoso alado y oscuro. 

Sus cuerpos levitaron lentamente, y una sonrisa lúgubre adorno el rostro de la afligida.

Una lenta caricia tiño el ruborizado rostro de la doncella, tonándolo blanco y pálido.

Sus ojos se enfriaron y lagrimas de lujuria empezaron a emerger.

Su blanco vestido enceguecía, inundado en pureza y resplandor.

Sus labios atesoraban el más rojizo color, y precisaban la esencia de sus mismos corrientes sanguíneos, excedidos de dulzura y pasión.

De sus glándulas salivales germino tenue y rojiza sangre, colmaba sus papilas, atiborraba su ansiedad casi incontrolable.

 Su dentición enfloró sus labios asiéndolos más provocativos, mas lujuriosos y mas seductores; colmillos finos e impecables engalanaban su sonrisa.

Su cabello se embriago de las tinieblas, lo empapó el tenue matiz de la noche, y ahora solo se percibía su silueta fantasmal.

Sus manos se humedecieron de sangre cálida al rosarlas por su cuello. Impactada salió de su éxodo lujurioso y miro fijo a sombras, pero la sonrisa retorno a su rostro por inercia.

Sombras la observaba con deseo, saboreándose luego de la incisión; y disfrutaba cada fracción de segundo detallando el lapso de su víctima, aquella doncella.

Cada ruptura vampírica, la corteja una pequeña dosis de lujuria que aletarga la zona afectada, en este caso el cuello de la dama.

Esta sustancia de lujuria recorre su cuerpo por completo llegando a su mente y su corazón que la envía de nuevo a sus mismas venas, provocando placer y suspensión, como si fuese un mismo alucinógeno.

Luego, su cuerpo, alma y mente principia la exigencia. Aquel anhelo provocativo por saciar la sed y apaciguar la ansiedad.

Una sola dosis, una sola mordedura te cura de penas y te enferma  en adicción, adicción ala pasión, adicción por sexo y vino, adicción a la misma sangre. 

Las tantas almas de los dolientes, humanos víctimas de la adicción de sombras, penando en las laderas de aquel bosque perdido en el espesor de la montaña, palpaban los violines de regreso a la morada, y como si fuese una sinfónica cantaban al espacio vacío, gemían y clamaban con voces graves al cielo.

La vigía de los germinados aplaudía la venida de una más en su especie, híbridos transfigurados, convertidos en seres de lujuria y poder originales.

Al fin llegaron, sombras y la doncella, dulce y lúgubre morada. Sin memoria, sin expectativas.

Ahogados en deseo y pasión, humedecieron las cobijas de vida y placer, acorde con los relámpagos y la tempestad que adornaron lo que quedaba de noche.

Al transcurrir el día divagan patentes entre nosotros, más hermosos que nunca, más apacibles y condescendientes.

Y al llegar la noche, esperan por su próxima víctima, la cual sosegara tanta ansiedad, y cesara la sed de sombras y la doncella.

El tenue color de la noche, acompaña el deseo inevitable de invadirnos en vida,

 Lúgubre y silencioso asecho por una más,

 en las tinieblas ocultos talando la huida,

 y luego invadirnos de lujuria y paz.