miércoles, 26 de octubre de 2011

Burbujas negras



El día tiño el placer de dolor
Es gris mi horizonte atrapado en el rocío
La tristeza se fusiona con el sonido de un rio
Corriente de lágrimas, ausencia de color

El frio entumece mi razón
Su presencia danza ausente en el parque
Vacía divaga en sus recuerdos
Congelada y solitaria en su prisión

Burbujas de jabón la divertían
Encerraban nostalgia y placer
La hermosura consumía su vida
La derrotaba un atardecer

No resistió la soledad
La luz debía haber sido vida
Su caso fue contrario
Condenada a la oscuridad

Las tinieblas fueron su escudo
Forzada a su diario padecer
Los reflejos del sol la podrían enceguecer
La noche alargaba en su vida su frio agudo.

La enfermedad destrozo su cuerpo
Derrumbo mil ilusiones
Vive en un pasado incierto
Inerte y sin emociones

Una vez al día
Dispuesta a
a romper las reglas
El sol apagaba su vida
En un juego de burbujas negras

En un padre ahogado en sus recuerdos,
Sumergido en la nostalgia, eternizando un sentimiento profundo.
Plasmando en una hoja su soledad.
Su hija padecía una extraña enfermedad, la luz del sol consumía sus tejidos,
Se ocultaba en la oscuridad.
No soportaba el silencio
El llanto se percibía en las tinieblas
Con su hijita tumbada en un costado de su cuerpo
Helada y muerta en vida.

Un hermoso día asoleado la consumía por segundos en su muerte, acortando sus días a paso agigantado.
Alargaba sus días de existencia el oscuro, vacío y solitario anochecer
Condenada a morir en la hermosura
O a vivir en padecer.

Noche tras noche un rayito lunar la acobijaba,
Adornando con destellos cada lágrima caída
Disfrazando la tristeza de alegría
Ocultando el padecer que acompañaba.

En uno de tantos días
Cubiertos por oscuras cortinas y pálidos manteles,
Llego el padre con un regalo,
Intentando romper una parte de la eterna monotonía.

Era un juego.
Solo un poco de jabón y una rama artesanal
Creaba burbujas cristalinas
Imponentes como el cielo
Semejantes a un manantial.

Oculta en un rincón de aquel cuarto a media luz
Recibió el obsequio con cuanta gratitud
Sus ojos destellaron por primera vez
Y se inundaron en lágrimas de gozo.

Su padre no se resistió al divisar por primera vez en doce años aquella hermosa sonrisa,
Delicada y gratificante.
Y aquella carita tierna e inocente que por fin lo miraba, y sin palabras se resignaba a amarlo, a venerarlo y contemplarlo. Al único que la había acompañado en tantos años de tristeza.
Un lento y suave abrazo sellaría un trato de padre e hija en aquel glorioso momento.
Transcurrieron muchas noches.
La media luz de la luna iluminaba cada burbuja, hipnotizando la mirada de la niña, que perdida no cesaba de viajar en cada una de ellas, despojando fantasías e ilusiones.
Sentía que algo faltaba, para lograr el tope de su felicidad.
Conocía cada partícula de la noche reflejada en sus diarias burbujas de jabón,,
Conocía el hermoso destello de la luna,
Transfiguro el lúgubre frio en el más gratificante y relajante rocío, helado rocío que ruborizaba su blanco rostro.
Cada noche observaba las constelaciones de estrellas transportadas a su oscuro cuarto, dándole un toque de hermosura, estrellas fusionadas en cada reflejo, en cada burbuja que al reventar abandonaba en su espacio un sentimiento ausente de paz y frescura.
Cada noche la reunión era con sus amigas las estrellas, la luna, el cielo y su amigo el rocío.
y cada burbuja intermediaria de su alegría.
Asia falta conocer el inevitable lado oscuro de la burbuja, que en realidad era el mas iluminado.
Se llegó el día, en que las oscuras cortinas y los pálidos manteles cayeron al suelo,
Al frio suelo testigo de tantas lágrimas derramadas, el suelo, quebrada y refugio de los tantos ríos y manantiales de tristeza y frustración.
La luz del sol entro suave, como si supiese de que se trataba.
Con cuanta delicadeza acarició el cuerpo de la niña, con que humildad el atardecer le dio la bienvenida, y la arropo con el más cálido manto de la amistad.
Que glorioso momento, su piel brillaba como un diamante, sus ojos jamás se habían iluminado de tal manera, y brillaban como nunca, y como nadie jamás brillaran.
Su cabello fue el mismo cielo de la noche materializado, inundado en vigor, imponente y veraz.
Vivir la fantasía, de eso se trataba. Era un ángel, un mismo ángel conociendo la luz.
Al tiempo, el cuadro abstracto de la realidad pintaba lo inevitable.
El brillo enceguecedor de sus poros, era solo el disfraz de un infierno que no ardía, pero que destrozaba paso a paso sus tejidos.
Sus ojitos imponentes como el mar, iban a perder lustre con el pasar de las horas.
Consciente de lo sucedido, la niña se resignó a vivir la fantasía, olvidarse de la realidad y continuar sin percibir su muerte lenta.
En aquel instante se abrió la puerta del cuarto. Era su padre, petrificado miro al frente. Pasaron muchas cosas por su cabeza, el cuarto estaba más iluminado que nunca.
Al levantar su mirada, contemplo aquel ángel divino. Parada en un asiento
Mirando Asia la ventana
Soplando burbujas al viento, y al mismísimo sol reflejado en ellas.
Cada burbuja estallada en el cosmos, la sumergía más en vida en su gran mundo de fantasías transfigurado en minutos, pero en la realidad cada estallido era un minuto menos y un paso más a la muerte.
Su padre, al divisar aquella hermosa sonrisa y aquella mirada perdida en el cielo, no tuvo más remedio.
Se acercó, y más inundado en llanto que nunca, la abrazo.
Él tenía que vivir la oscura realidad, y permitir a su angelito vivir la fantasía.
Lloro como nunca, sus ojos eran un profundo lago de lágrimas desembocando al mar.
Al levantar un poco la mirada, sus ojos cesaron al observar la niña señalando el parque, el solitario e iluminado parque que los veía frente a frente.
Cogidos de mano, salieron. Ella más deslumbrada que nunca, perdida en el atardecer.
El frustrado y viviendo la cruda realidad.
Se seto a descansar su cuerpo en una roca, a observar a su pequeña en el centro del colorido parque, paradita en el verde césped, irradiante de vida, jugando con sus burbujas. Cada burbuja volando y danzando ausente y sin destino alguno por las laderas del parque.
Su alma se refrescaba por momentos al verla tan feliz, pero la verdad consumía sus sentimientos.
Así pasaron un par de meses.
Aquel angelito ya no reflejaba físicamente el mismo destello, está muriendo día a día.
Pero su sonrisa y vigor, seguían más vivos que nunca.
En un momento, la niña, mientras seguía soplando burbujas al cielo, callo de rodillas en el húmedo césped de otoño.
El padre se levantó de aquella roca en la que resignado se postraba a observar a su hijita a diario, y con un grito despavorido corrió a socorrerla.
Ella seguía sonriéndole al cielo, a su amigo el sol, quien desde arriba lloraba sus últimos minutos, y jamás se perdonaría lo sucedido.
De repente, aquel vasito de jabón callo de sus manos junto a la rama artesanal.
La ultima burbuja estallo en su rostro, apagando para siempre su mirada, y más feliz que nunca, en su mundo de fantasías , murió, apoyada en los brazos del hombre que siempre la acompaño, y que a través de un jueguito de burbujas, le enseño un mundo completo de ilusiones vanas y felicidad, su padre.
Aquel hombre no ceso de llorar, con el cuero sin vida de su pequeña, sin perspectiva alguna, rogándole al cielo que le otorgara un poco de paz en su eterna soledad.
Hoy en premio a su valor, y en un acto de perdón y arrepentimiento, la luna y el sol la otorgan el pacer y a la vez la maldición de ver a su hijita cada atardecer, cada cinco de junio en el parque.
Aquella niña inocente, que no percibió su muerte, jamás la asimilo y su alama aun juega desapercibida en aquel parque, con aquellas relucientes burbujas, que para su padre se han convertido en aposento de nostalgia y soledad, al verla y no poderla alcanzar, para el son oscuras burbujas sumergidas en recuerdos.












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